Para evitar la expulsión de los judíos decretada por Alfonso VIII, éstos envían a interceder ante el monarca a la mujer más hermosa de todo su pueblo: Raquel. Los ruegos de la hebrea conmueven al rey y le hacen cambiar su resolución, pero también hacen nacer el amor en él. Desde ese momento, el soberano lucha desesperadamente por conseguir a Raquel, no dudando incluso en retenerla contra su voluntad. Alfonso sólo consigue su amor cuando ella se convence de la sinceridad de sus intenciones y se garantiza intervenir en el poder real. Los amantes creen entonces haber conquistado la felicidad y la plenitud, pero el odio es como el agua: se va acumulando calladamente hasta que un día estalla. Entonces, no hay dique que pueda contenerlo ni rincón al que no llegue.
EL ESPECTÁCULO
La judía es una versión de La desgraciada Raquel de Mira de Amescua, una pieza de nuestro Siglo de Oro escasamente conocida y cuyo contenido sorprende por su modernidad: una mujer judía en un mundo -el del poder- habitado exclusivamente por hombres cristianos, intrigas que se escudan en el racismo para encubrir su ambición, el odio como mecanismo de perpetuación del status quo y la venganza como única forma de resolver los conflictos y, con ella, la división del mundo en víctimas y verdugos. De fondo, la advertencia de que mientras sólo podamos ser víctimas o verdugos, el mundo no será un lugar verdaderamente habitable.
TábulaRasa en su primer espectáculo, nos entrega una propuesta radical en el estricto sentido de la palabra: va a la raíz del teatro, o sea, a la belleza y la hondura del verso barroco en las voces y los cuerpos de los intérpretes. Por eso, el espectáculo se despoja de todo lo accesorio para mostrar en toda su crudeza la tragedia de una mujer que quiso ser alguien en un mundo de hombres; la de un gobernante que, por un instante, creyó poder ser antes hombre que político; la de una sociedad enferma y atrapada por el miedo al otro (y a la otra).
LA COMPAÑÍA
Hablar de compañías en la coyuntura escénica actual es, cuando menos, paradójico. Nosotros preferimos hablar de gente de teatro que se reúne para dar forma a proyectos concretos. Así ha sido en esta ocasión: cinco actores y un director/autor han unido sus fuerzas para poner en pie un texto de uno de los grandes dramaturgos del Siglo de Oro español que, sin embargo, había permanecido casi inédito en nuestros escenarios.
Sin embargo, el nombre de la compañía y las claves de este proyecto nos dan una pista de las intenciones y la poética por las que apuesta: la desnudez y la libertad. Un teatro desnudo (que no vacío) en el que el protagonista absoluto sea el trabajo de los intérpretes y que entiende que toda propuesta escénica debe ser contemporánea porque se dirige al público de hoy para contarle asuntos que afectan nuestro presente. Y un teatro libre porque no está añorando más medios para contar historias sino más bien decide contar sus historias desde la necesidad y el compromiso; desde la esencialidad, la potencia metafórica y la fisicidad que sólo el arte escénico puede ofrecer; desde ese lugar inédito y necesario al que sólo se llega después de hacer tábula rasa.