El Bombín de Lautrec me pide, como mujer y profesional de las artes escénicas, que escriba un artículo para el mes de marzo y claro, me lo ponen en bandeja. Porque marzo es el mes de las mujeres, de todas, también de las que trabajamos en las artes escénicas. Así que pienso que podría aprovechar y quejarme...
Podría quejarme, por ejemplo, de las desigualdades en nuestro sector. Como dice la Liga de las Mujeres Profesionales del Teatro, "las mujeres sufrimos las consecuencias de que no se nos valore igual que a nuestros compañeros. Por eso nos enfrentamos a una menor visibilidad, menor presupuesto a la hora de emprender proyectos, a la brecha salarial y a la brecha por edad". Pero no lo haré...
Podría quejarme también de que la compañía de teatro que fundé junto a unas compañeras y que se llamaba Valiente Plan, exclusivamente integrada por mujeres, cerró sus puertas después de diez años de producciones propias, giras y reconocimientos, asfixiada por la rueda de la administración y programación y el haber creído torpemente que la supervivencia de una compañía independiente pasaba por producir según las exigencias del mercado, en vez de seguir nuestra necesidad de investigar y hacer los procesos necesarios. Y ya sé que esta situación hubiera sido la misma si la compañía no sólo hubiera estado integrada por mujeres. Pero lo estaba... y para la oficialidad la paridad consiste en darte un punto si eres mujer en la casilla de una subvención que sabe a caramelo envenenado. Pero no, no me quejaré tampoco de esto...
Y como ya me he embalado, también se me ocurre que podría quejarme de los poquísimos papeles que tenemos las actrices ("Canas, arrugas, barriga y michelines, esas mujeres no salen en el cine" era una de las consignas que gritábamos el otro día en la manifestación del 8M las compañeras de artes escénicas que íbamos caminando juntas). Siempre he entendido mi trabajo desde el continuo cuestionamiento propio y del mundo. Ser intérprete no es más que convertirse en un hilo que con entrega y amor va de la creación al público. Ese hilo, en mi caso, tiene la mirada y el cuerpo de una mujer, que quiere estar en el escenario como es. Ahí radica mi posicionamiento: mis gestos, mi mirada, mi cuerpo son lo que son, y no están al servicio de lo que se supone que han decidido que seamos sin contar con nosotras, sino de otras miradas, voces y cuerpos que tienen que ser posibles. Eso sí, llegando el mes de marzo, se nos requiere para hablar de nosotras y nos contratan espectáculos sobre mujeres pero, en muchos casos, si ofreces ese mismo espectáculo en otra fechas, no interesa...
Desde que Valiente Plan, cerró sus puertas, allá por el 2006, decidí crear mis propios espectáculos como actriz y cantante, dedicarme a la enseñanza de las artes escénicas y a las traducciones dentro de este sector. Así que a estas alturas, ya os habréis imaginado que soy autónoma, así, en femenino. Pues sí, podría quejarme también de que soy autónoma y que me cuesta exactamente 275,02 euros al mes, facture lo que facture. Soy experta en vivir en una cuerda floja tan precaria que he aprendido a ahorrar, a no poder invertir lo que quisiera en mis producciones, a no poder pagar ensayos, a tirar de la buena voluntad de amigas compañeras (así, en femenino), a guisármelo y comérmelo yo solita, a inventar y hacer todo tipo de gestiones que nada tienen que ver con mi profesión (editar vídeos, diseñar carteles o páginas webs, vender mis espectáculos, por poner algunos ejemplos...) en vez de contratar a profesionales y así crear tejido y a "perder" un tiempo precioso que podría emplear en seguir creando, formándome, reciclando materiales para mis clases, etc... Y ya lo sé, los autónomos en masculino sufren igual, lo sé, pero soy mujer y no soy madre, porque no quisiera ni pensar qué pasaría si a este panorama le sumamos uno o dos hijos...
Y así podría seguir quejándome y agotando las mil quinientas palabras que me han marcado para el artículo, pero no lo haré, porque llevo casi setecientas y aquí me planto, porque en las restantes quiero celebrar.
Y para celebrar, quiero hablar de que hace ya tiempo que decidí no quejarme más y ponerme manos a la obra. Creo y enseño por necesidad, por pulsión inevitable de contar y compartir, por voluntad propia de creer en mí misma y en la gente con la que lo hago: mis alumnas (así, en femenino, porque siempre son más mujeres que hombres), los espacios en los que enseño y me programan espectáculos (muchos de ellos asociaciones independientes que creen que otra manera de gestionar y crear es posible y necesaria), mis compañeros y compañeras de Assejazz (asociación de músicos de jazz de Sevilla a la que pertenezco y que bien merecería un articulo aparte, ya que en cinco años hemos construido casi sin ninguna ayuda oficial una programación estable de jazz en Sevilla, y sobre todo mis compañeras, con las que lucho para que haya más presencia de mujeres en la programación, para que las niñas no sólo quieran ser cantantes, sino también trompetistas, pianistas o baterías) los actores y actrices aficionados que me he encontrado por el camino en mis clases (siempre he pensado que un país que respeta e incentiva el teatro aficionado, además de crear público, cuida la salud de su teatro profesional), los compañeros y compañeras que seguimos buscando maneras de crear y dignificar esta profesión dentro de este desierto donde por no haber no hay ya ni Centro Andaluz de Teatro (noooo, definitivamente de esto no quiero hablar, prefiero comentar que acaba de crearse Las Vivas, un colectivo para fomentar la creación desde lo comunitario con la que espero que generemos nuevas vías de expresión y tejido y que pide también a gritos un artículo aparte), las programaciones que me alimentan el alma y que elevan la vida cultural de esta ciudad (el Teatro Central, por ejemplo, que nos pone todas las temporadas mirando pa Bélgica, Madrid, Barcelona y cuantas creaciones nos disparan posibilidades nuevas), el poder transformador y necesario del teatro en ámbitos extrateatrales (lo he comprobado en mis carnes en talleres que imparto en universidades, centros de la mujer y allí donde me llaman)...
Y si... también podría estar celebrando mucho más, pero se me acaba el número de palabras establecidas y soy muy de respetar.... No se si al final he empleado más palabras en quejarme o en celebrar, pero os prometo que a partir de ahora quiero ser más de celebrar que de quejarme. Celebrar me ayuda a seguir creyendo, porque (como diría mi admirado Pablo Messiez), en "la voluntad de creer" está el germen de la actuación.
Celebrar y dejar de quejarse, cantar y no llorar, como decía La Niña de los Peines: "mi mare me dijo a mi que cantara y no llorara, que echara las penas a un lao cuando de ti me acordara... Con el bele bele bele hacen las niñas claveles, que me lo dio un sevillano... que bonito y que bien huele por la mañana temprano"...
Hace poco, hablando con una compañera del panorama desolador de nuestra profesión, me decía "No nos damos cuenta de que como no nos dan ningún apoyo, no tenemos nada que perder y eso nos hace tremendamente libres, no somos conscientes de nuestro poder". Eso mismo me gustaría aplicarlo a las mujeres: durante siglos hemos tenido muy poco y ese nada que perder es el que nos debe dar fuerzas también para seguir avanzando. Están todos los personajes por crear, todas las obras por dirigir, todas las escenografías por diseñar, todas nuestras canciones por componer, nuestras vidas, las de esos personajes que sean mujeres libres con entidad propia, por contar encima de un escenario, como niñas, cantando, como quien hace claveles por la mañana temprano.